Un día como hoy pero de 1918 nacía uno de los mejores exponentes del relato futbolero y boxístico, un tipo criado en las entrañas del Bajo Núñez, hincha de Defe y de Boca y sin lugar a dudas uno de los mejores representantes Rojinegros de la historia del periodismo.
El gran Bernardino Veiga, pionero en transmisiones radiales partidarias, ya tiene su merecido homenaje desde hace varias décadas en Defensores de Belgrano, ya que por una iniciativa de otro grande del periodismo y del relato como el querido y recordado Toti Ferrara, se le puso a las cabinas de nuestro estadio el nombre del recordado Bernardino.
Para que el homenaje sea completo convocamos a Gustavo Veiga, uno de sus hijos (quien junto a sus hermanos Santiago y Marcelo no sólo heredaron la pasión por el periodismo, sino también el amor por el Dragón, llegando a ser también reconocidos periodistas para orgullo de todos los defensoristas), para que nos escriba sobre su padre y así todos conocerlo un poco más.
Justo hoy, un 23 de junio de 2018 coincide con el centenario del nacimiento de mi viejo, Bernardino Veiga.Se da en medio de un Mundial, porque es el mes en que se juega siempre. León Gieco podría cantar “cuando el fútbol se lo come todo”, igual que en su grandioso tema La memoria.Pero él conjugó el verbo comer en pasado, refiriéndose al Mundial ’78. Fue la última Copa de la FIFA que relató mi viejo.Al año siguiente murió, el 7 de julio. Estaba enfermo y se lo adivinaba muy triste. En el 76 había desaparecido mi primo Horacio, su ahijado.
La dictadura cívico-militar tenía la peregrina idea de que el fútbol y el horror podían convivir supuestamente en armonía. Porque al régimen de Videla y Masserale daba letra la consultora yanqui BursonMarsteller.La misma que nos decía que los argentinos éramos derechos y humanos. Con los genocidas incluidos. Ese era el relato que usaban los milicos y sus cómplices civiles. Venían a perpetuarse, pero terminaron en las cloacas de la historia.
Bernardino fue la voz de Boca por las radios Mitre y Argentina durante dos décadas. También relató a la selección nacional y sus pares lo reconocieron como el mejor narrador de boxeo. Sus fines de semana transcurrían entre las noches de sábado en el Luna Park y los domingos a la tarde de la Bombonera. Pero falta un detalle importante y no es cualquier detalle. Los sábados había otro ritual. Lo cumplíamos antes de que se tomara el Mitre en la estación Núñez y ya de noche, hasta Retiro. Ahí se subía al colectivo 33 que lo dejaba en Plaza Roma, a pasos del ring side desde donde narraba las peleas de Pascual Pérez, Oscar Bonavena, Nicolino Locche y Carlos Monzón, entre otros grandes del pugilismo. Yo lo esperaba a que terminara la transmisión, porque muchas veces me llevaba. Era un pibito de unos diez años. Confieso ahora que me aburría de ver dos tipos fajándose.
Lo que no me aburría era ése otro ritual de los sábados a la tarde. Íbamos a ver a Defensores. Lo hacíamos juntos o con su amigo Eugenio. Mis primeros y más firmes recuerdos – acaso por el exitismo del primer título que pude disfrutar – son del Ascenso de 1972. Cuando volvimos a la B en un torneo de la C con Houseman, Busti, Valentini yBiasín. Teníamos un equipazo. Al año siguiente y también de una gran campaña – salimos terceros- ya no estaba el Loco porque lo había comprado Huracán. Mi viejo me comentó frustrado que se lo había sugerido a alguien en Boca y le dijeron que no. Que había demasiados wines.
Su voz era clara, nítida y fácilmente identificable cuando se movía el dial un milímetro. “Pelota en el aire” decía siempre con su conocida muletilla de tantos relatos. Bernardino se había iniciado en el oficio en la década del 30, en los potreros del Bajo Nuñez, cerca de su casa paterna, en O’Higgins entre Manzanares y Paroissien.Comenzó a dar sus primeros pasos en transmisiones donde no existía la información al instante como ahora, ni el lugar adecuado para darla: cabinas, palcos… Había que estar al aire libre. Y él se la bancaba. Había tenido su bautismo con una lata de conserva que simulaba ser un micrófono (al menos eso dice la tradición familiar) y desde muy chico había ingresado a una radio.
Creo que en la última mudanza llegó a mis manos un viejo diario amarillento que es la prueba de cómo en los años 40 se les tomaba examen a los llamados locutores animadores, locutores deportivos, locutores relatores y locutores lectores, separados en esas especialidades por la Dirección de Radiocomunicaciones. El texto, una especie de bando militar, señalaba que “las broadcastings (así les decían a las viejas emisoras) disponen ya de la notificación oficial sobre cuáles son los locutores aprobados y rechazados”.
En esa extensísima lista de 380 nombres todavía pueden leerse los de Eduardo Lalo Pelliciari, Edmundo Campagnale, Félix Daniel Frascara, Elías Sojit, Joaquín Carballo Serantes(el verdadero nombre de Fioravanti)y por supuesto el de Bernardino.Ése es quizá el primer registro disponible de su trayectoria junto a otras voces inconfundibles del relato. Su voz sigue dando vueltas por ahí en algún vinilo, entre tantas otras, como una marca de radio, como la marca que le dejó Defensores en la piel y el corazón y que nos dejó a mí y a mi hermano Santiago. Una marca que les transmití también a mis hijos.
Por: Gustavo Veiga
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